Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
Mary tenía un corderito.
Vivían junto al bosque.
Un día al corderito se le subió el mono a la antena
y arrastró a Mary a las profundidades.
Y ahora su pálido fantasma merodea por el bosque buscando víctimas para arrastrar.